¡Despierta, la
felicidad está en ti!
Hay quién dice:
“mientras haya gente a mi lado que sufre, yo no puedo pensar en mi
felicidad”. Son palabras bonitas, pero engañosas. Tienen
apariencia de verdad, pero en el fondo son erróneas, porque sólo
ayudaremos a otros a ser felices en la medida en que nosotros lo
seamos. La única manera de amar al prójimo es reconciliándonos con
nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente. No podemos
olvidar que el ideal bíblico se sintetiza en “amar al prójimo
como a sí mismo”. La medida es, pues, “uno mismo”; y,
cronológicamente, es “uno mismo” antes que el prójimo.
Pero para ver
esto con claridad, primero tenemos que despertar, abrir bien
los ojos para ver que la infelicidad no viene de la realidad, sino de
los deseos y de las ideas equivocadas. Para ser feliz no has de hacer
nada, ni conseguir nada, sino deshacerte de falsas ideas, ilusiones y
fantasías que no te dejan ver la realidad. Tú ya eres felicidad y
amor, pero no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de
las fantasías, ilusiones y miserias de las que te avergüenzas. Nos
han programado para ser felices o infelices (según aprieten
el botón de la alabanza o de la crítica), y esto es lo que nos
tiene confundidos. Tenemos que llamar a cada cosa por su nombre.
Para despertarse
hay que conocerse a fondo y para eso, el único camino es la
observación de uno mismo: sus reacciones, sus hábitos y la razón
de por qué actúo de esta u otra manera. Observarse sin críticas,
sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir
la verdad.
El indagar e
investigar quién es Jesucristo es muy loable, pero ¿para qué
sirve? ¿Te puede servir para algo si no te conoces a ti mismo? ¿Te
sirve para algo si estás controlado y manipulado sin saberlo?. El
observarte a ti mismo es estar atento a todo lo que acontece a tu
alrededor, como si esto le ocurriese a otra persona, sin
personalizarlo, sin juicio ni justificaciones ni esfuerzos por
cambiar lo que está ocurriendo, ni formular ninguna crítica ni
autocompadecerte. Los esfuerzos que hagas por cambiar son peores pues
luchas contra unas ideas, y lo que hay que hacer es comprenderlas
para que se caigan por sí solas una vez que comprendas su falta de
realidad.
Para ser como
Jesús, has de ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo
auténtico es lo real, como real era Jesús. Solo despiertos podemos
entrar en la verdad y ver qué lazos nos impiden la libertad. Es como
la salida del sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad.
Jesús dice en
el Evangelio: “¿Por qué decís Señor, Señor, si no hacéis lo
que os digo?” Si no hacemos lo que Dios quiere y nos dedicamos a
fabricar un Dios “tapa agujeros”, es que estamos dormidos.
Lo que importa es responder a Dios con un corazón que no se cierre a
la verdad.
Lo que pensamos
determina lo que nos pasa, por eso si queremos cambiar nuestras vidas
debemos ampliar nuestra mente. No estés descontento, irritado y
molesto contigo mismo, porque eso no te va ayudar. Hay que
despertarse para comprender que lo que te hace sufrir no es la vida,
sino tus alucinaciones, y cuando consigues despertar y apartar los
sueños, te encuentras cara a cara con tu libertad y con la verdad
gozosa. Con la hermosura que eres tú mismo.
Despertar es el
primer acto de salvación. El hombre sufre porque está dormido.
No se da cuenta de que el sufrimiento humano es puramente
subjetivo. Sufre por causa del pasado, fantasmas narcisistas pueblas
su alma, el miedo lo atenaza y paraliza sin darse cuenta de que nada
de eso existe: está dormido. Hay que despertar y ver
la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con
objetividad y no a través del prisma de mis deseos y temores.
Despertar es tomar consciencia de tus posibilidades e
imposibilidades. Las posibilidades para usarlas, y las
imposibilidades para dejarlas a un lado. Despertar es darte a ti
mismo un toque de atención y ver que te torturas con pesadillas, que
estás exagerando cosas insignificantes y que las suposiciones de tu
cabeza las revistes con visos de veracidad. Tienes que saber que aquí
en la tierra nada hay absoluto, que todo es relativo; que aquí no
queda nada, que todo es transitorio, precario, efímero.
¡Despertar,
en suma, es saber que estabas durmiendo!
J. P
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