lunes, 1 de mayo de 2017

¡DESPIERTA!


¡Despierta, la felicidad está en ti!
Hay quién dice: “mientras haya gente a mi lado que sufre, yo no puedo pensar en mi felicidad”. Son palabras bonitas, pero engañosas. Tienen apariencia de verdad, pero en el fondo son erróneas, porque sólo ayudaremos a otros a ser felices en la medida en que nosotros lo seamos. La única manera de amar al prójimo es reconciliándonos con nosotros mismos, aceptándonos y amándonos serenamente. No podemos olvidar que el ideal bíblico se sintetiza en “amar al prójimo como a sí mismo”. La medida es, pues, “uno mismo”; y, cronológicamente, es “uno mismo” antes que el prójimo.
Pero para ver esto con claridad, primero tenemos que despertar, abrir bien los ojos para ver que la infelicidad no viene de la realidad, sino de los deseos y de las ideas equivocadas. Para ser feliz no has de hacer nada, ni conseguir nada, sino deshacerte de falsas ideas, ilusiones y fantasías que no te dejan ver la realidad. Tú ya eres felicidad y amor, pero no lo ves porque estás dormido. Te escondes detrás de las fantasías, ilusiones y miserias de las que te avergüenzas. Nos han programado para ser felices o infelices (según aprieten el botón de la alabanza o de la crítica), y esto es lo que nos tiene confundidos. Tenemos que llamar a cada cosa por su nombre.
Para despertarse hay que conocerse a fondo y para eso, el único camino es la observación de uno mismo: sus reacciones, sus hábitos y la razón de por qué actúo de esta u otra manera. Observarse sin críticas, sin justificaciones ni sentido de culpabilidad ni miedo a descubrir la verdad.
El indagar e investigar quién es Jesucristo es muy loable, pero ¿para qué sirve? ¿Te puede servir para algo si no te conoces a ti mismo? ¿Te sirve para algo si estás controlado y manipulado sin saberlo?. El observarte a ti mismo es estar atento a todo lo que acontece a tu alrededor, como si esto le ocurriese a otra persona, sin personalizarlo, sin juicio ni justificaciones ni esfuerzos por cambiar lo que está ocurriendo, ni formular ninguna crítica ni autocompadecerte. Los esfuerzos que hagas por cambiar son peores pues luchas contra unas ideas, y lo que hay que hacer es comprenderlas para que se caigan por sí solas una vez que comprendas su falta de realidad.
Para ser como Jesús, has de ser tú mismo, sin copiar a nadie, pues todo lo auténtico es lo real, como real era Jesús. Solo despiertos podemos entrar en la verdad y ver qué lazos nos impiden la libertad. Es como la salida del sol sobre la noche, de la luz sobre la oscuridad.
Jesús dice en el Evangelio: “¿Por qué decís Señor, Señor, si no hacéis lo que os digo?” Si no hacemos lo que Dios quiere y nos dedicamos a fabricar un Dios “tapa agujeros”, es que estamos dormidos. Lo que importa es responder a Dios con un corazón que no se cierre a la verdad.
Lo que pensamos determina lo que nos pasa, por eso si queremos cambiar nuestras vidas debemos ampliar nuestra mente. No estés descontento, irritado y molesto contigo mismo, porque eso no te va ayudar. Hay que despertarse para comprender que lo que te hace sufrir no es la vida, sino tus alucinaciones, y cuando consigues despertar y apartar los sueños, te encuentras cara a cara con tu libertad y con la verdad gozosa. Con la hermosura que eres tú mismo.
Despertar es el primer acto de salvación. El hombre sufre porque está dormido. No se da cuenta de que el sufrimiento humano es puramente subjetivo. Sufre por causa del pasado, fantasmas narcisistas pueblas su alma, el miedo lo atenaza y paraliza sin darse cuenta de que nada de eso existe: está dormido. Hay que despertar y ver la naturaleza de las cosas, en uno mismo y en los demás, con objetividad y no a través del prisma de mis deseos y temores. Despertar es tomar consciencia de tus posibilidades e imposibilidades. Las posibilidades para usarlas, y las imposibilidades para dejarlas a un lado. Despertar es darte a ti mismo un toque de atención y ver que te torturas con pesadillas, que estás exagerando cosas insignificantes y que las suposiciones de tu cabeza las revistes con visos de veracidad. Tienes que saber que aquí en la tierra nada hay absoluto, que todo es relativo; que aquí no queda nada, que todo es transitorio, precario, efímero.
¡Despertar, en suma, es saber que estabas durmiendo!
J. P

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